"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Se han ido dos músicos de verdad

En cuestión de días se han marchado dos músicos excepcionales: el pianista de jazz Dave Brubeck y el sitarista Ravi Shankar, nacidos en el mismo año de 1920. Ambos abrieron caminos a sus respectivas tradiciones musicales, llevándolas por nuevos terrenos de experimentación; y, puestos a encontrar coincidencias, acaso no sea impropio añadir que para ambos la música era una auténtica búsqueda espiritual (si es que esto significa algo a estas alturas). Esa dimensión de algún modo trascendente resulta más o menos previsible en Shankar, dada su procedencia, pero es un poco más significativa en Brubeck, si se piensa que tuvo la iniciativa de hacerse católico en su madurez.
 

Brubeck, californiano, sigue una dilatada trayectoria que comienza a dar sus frutos en los años 40, en colaboración con el saxofonista Paul Desmond, y que continúa desde entonces predominantemente en un cuarteto cuyos componentes van cambiando con los años, hasta que la formación llega a acoger incluso a varios hijos del pianista. Brubeck ha publicado más de un centenar de álbumes, y entre lo más destacado de su aportación se suelen citar sus incursiones armónicas, o también inusitadas variaciones rítmicas como el 5/4 del saltarín y gentil “Take Five”, o el 9/8 del estimulante e inquieto “Blue Rondo a la Turk”, temas ambos pertenecientes al álbum Time Out (1959), el primer gran superventas del jazz. Sorprenden a un tiempo la versatilidad y el rigor de este músico prolífico, capaz de deslizarse desde el tono intimista, otras veces desenfadado, hasta los modos más tortuosos del jazz progresivo. Brubeck, además, es uno de los pocos músicos de raza blanca que llegan a dominar en tan diversas facetas el lenguaje del jazz en los años 50, una época en que la cuestión racial era determinante en todos los sentidos: él mismo se declaró molesto cuando la revista Time le dedicó a él una portada antes que a Duke Ellington.
 
 
Shankar nació en la sagrada Benarés, a orillas del Ganges, y dedicó una vida entera a la interpenetración de las tradiciones musicales hindú y occidental. Los amantes de los Beatles lo conocemos sobre todo por haber sido quien introdujo a George Harrison en la música de la India y quien le enseñó a tocar el sitar, instrumento que hace su primera aparición en “Norwegian Wood”, de Rubber Soul (1965), y que poco a poco pasa a formar parte del canon instrumental de la música popular. Pero Shankar había ya fecundado con sus enseñanzas nada menos que al enorme John Coltrane (en agradecimiento este llamó Ravi a su segundo hijo), y había de colaborar después con músicos como el violinista Yehudi Menuhin y el guitarrista de jazz-rock John McLaughlin. Ahí quedan las participaciones en recitales de rock, los conciertos para orquesta y sitar... Sin duda, fusión es la palabra: un fenómeno que hoy ya resulta casi banal en todos los ámbitos de la cultura, pero que entrañaba mucha audacia y amplitud de miras en los años 60, cuando múltiples formas musicales eran extrañas al oído occidental; y en los 70, cuando McLaughlin funda la Mahavishnu Orchestra y despliega una música complejísima, tanto conceptual como técnicamente.
 
 
La improvisación, ese espacio de libertad que constituye la esencia del jazz, no es ajena a la música india, cuya estructura es a menudo fluctuante y cíclica. Por esos vastos espacios deben de haberse encontrado estos dos sabios de mirada dulce, cercana, en la que se atisba no sé qué envidiable júbilo. Vistos en sus últimos años, inspiran cariño y respeto estos dos abueletes risueños, vitalistas. Admira verlos entregados hasta el final a su pasión, dispuestos siempre a pulsar todos los resortes con que la música nos permite descubrir nuevas zonas de nuestra sensibilidad. Es mucho y bueno lo que nos dejan y vale la pena explorarlo.