"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

martes, 14 de febrero de 2012

Blasón del coño

Desde las letras y las artes, el sexo femenino nos ha mirado tradicionalmente con ojos de ser mitológico, arcano. Invisible en la estatuaria y la pintura, por ejemplo, si se compara con su homólogo masculino, siempre tan ostentoso; críptico y traslaticio en la literatura, si se  exceptúa lo más obviamente procaz (Marcial) y algún que otro atrevimiento galante (Ronsard, Verlaine). Por lo demás, el coño ha sido, como Yahvé, un inefable, un tetragrámaton cuya realidad ontológica se replegaba sobre sí misma. Nombrarlo o verlo suponía una auténtica revelación, como sugería la muchacha del romance:

                                     pues lo que tengo encubierto
                                     maravilla es de lo ver.

De las proteicas y enrevesadas manifestaciones del coño dan testimonio, por ejemplo, la antología poética realizada por Juan Abad, El origen del mundo (2004), y, en un plano cultural más amplio, el estudio de Alberto Hernando, Cunnus: represión e insumisiones del sexo femenino (1996). Y parece que, de un tiempo a esta parte, el motivo se aborda con más resuelto desparpajo. Recuerdo entre nosotros un hermoso libro de poemas de José Ángel Valente, Mandorla (1982); después, constan algunas curiosas variantes, como el inventario narrativo de Juan Manuel de Prada (1996), la poesía festiva del Conde de Abascal (1999) o los microrrelatos reunidos por Carlos Maza y otros (2008). Señalemos al paso que las ediciones de estos libros, mayoritariamente, reproducen en sus cubiertas (y alguna en el título) el controvertido cuadro de Gustave Courbet, L’origine du monde (1866), que marcó un antes y un después y que es ya casi emblema de una actitud moral y social: la descarada mostración de lo oculto.


Sigamos. En la literatura francesa, el blason es un poema que describe con detalle algún objeto o ser, en principio para elogiar sus virtudes y cualidades, como da a entender el recurso a un término procedente de la heráldica. En sus orígenes, que se remontan al siglo XV, parece ser que este tipo de composición tirando a convencional surgió como descripción minuciosa de las diversas partes del cuerpo femenino, y en esa tradición cortesana se inscribe la moda que atravesó buena parte del siglo XVI. Durante este siglo a un tiempo sesudo y retozón, el género alcanza su apogeo, aplicándose no sólo a las partes del cuerpo (frente, rodilla, ceja, ojo, cabello, pie, nariz), sino a procesos o actos (voz, mirada, suspiro, risa, abrazo, muerte), e incluso a objetos relacionados con la mujer (pulsera, pasador, anillo, espejo). Entre los autores que cultivan esa técnica se hallan algunos tan populares como Maurice Scève o Clément Marot. Las compilaciones, tanto contemporáneas como posteriores, abundan.



Pues bien, hubo algún poeta gamberro que se atrevió a dedicar un blason al coño, de forma que el propio Marot, que había marcado la pauta dominante con su picaruelo Blason du Beau Tétin (1535), acabó por ponerse melindroso y repudiar el cántico de tan elevados encomios a partes “que la naturaleza acostumbra ocultar” (lo dijo en verso). Se generó así una modesta "querella del blasón", tan graciosa como insustancial, en la que terciaron varios poetas célebres. Como haciéndose eco de este antiguo rifirrafe, mucho tiempo después, el gran Georges Brassens, en “Le blason” (1972), se quejaba jocoseriamente de no poder elogiar con su propio nombre esa parte privilegiada de la mujer porque su denominación francesa, con, sirve también para designar lo que en español llamamos un gilipollas. De modo que la cosa llegó bastante lejos, o cerca, según se mire. No me he detenido ahora a mirar si en la literatura española tuvo esa línea poética especial resonancia; claro está que no reconocemos esa acepción de nuestro vocablo blasón, aunque el DRAE recoge su relación de sinonimia con honor y, además, a través del verbo blasonar, está claro que su ámbito semántico conecta con la noción de alabanza. Aquí va pues, como divertimento, un blasón del coño, original y traducido.

Guillaume Bochetel (muerto en 1558)

BLASON DU CON

O con gentil, con mignon, con joly,
Con rondelet, con net, con bien poly,
Con ombragé d'ung petit poil follet,
Con où n'y a rien difforme ou de laid.
Con, petit con, dont la bouche vermeille,
A faict dresser à maint grand vit l'oreille;
Con que l'on doit plus qu'un sainct tenir cher,
Quand ainsi faict resusciter la chair.
O con, qui peult à ta louange tendre?
Où est l'engin qui te puisse comprendre?
Con est d'amour le thresor et domaine,
Con la forge de quoi nature humaine
Faict ses divins et excellens ouvrages.
Con est de mort reparant les dommages;
Con est la fin dont amour se couronne,
Con est le prix dont amour se guerdonne.
Somme, le con, quant tout est bien compris,
Sur le surplus doit emporter le pris.
Il est bien vray que l'oeil l'amour attire,
Mais le con est l'amour qui se desire.
L'oeil la pierre est qui la chasse decore,
Mais con le sainct que dedans on adore,
Et où chascun en reverence grande,
A deux genoux vient offrir son offrande.
Or de la bouche elle a bien bonne grace,
Et croy pour vray que la première place
Doibt obtenir au service du con,
Car trop mieux qu'autre elle sçait sa leçon,
Pour refuser ou accorder l'entrée
De l'amoureuse et plaisante contrée;
Touchant la main elle est propre et aduicte
Pour con servir de loyalle conduite,
Estre près de luy, et prompt à ses affaires
Les plus secretz et les plus necessaires.
De ce tetin il n'en fault point mentir,
Je ne sçay quoy à qui le cueur sentir,
Prochain parent et de nature mesme
De ce con cy, qui est cher comme cresme.
Quand au regard de sa cuisse bien faite,
Blanche, eslevée, ronde, dure et refaicte,
C'est le beau lict où le con se repose.
Ce con plaisant, ce con tant digne chose,
Que je puis dire, et sans imputer vice,
Au residu, tout faict pour son service:
Doncques du corps entier au departy,
Je prens le con pour le meilleur party.

BLASÓN DEL COÑO

Oh coño lindo, coño tan bonito,
coño terso, parejo y redondito,
de travieso pelillo sombreado,
de toda fealdad exonerado.
Coñito que con tu boca bermeja
del prócer yergues rápido la oreja.
Coño que tienes condición bendita,
ya que por ti la carne resucita.
¿Quién podrá, coño, entonar tu alabanza?,
¿cuál es la inteligencia que te alcanza?
Coño es de amor morada soberana,
es el taller en que natura humana
fabrica obras excelsas y divinas.
Coño repara de muerte las ruinas,
coño es la meta que el amor corona,
coño es trofeo que al amor se dona.
El coño, pues, si bien se mira en esto,
se ha de llevar la palma sobre el resto.
Cierto que amor tiene en el ojo imán,
pero hacia el coño sus anhelos van.
Del relicario el ojo es un joyel,
pero el coño es el santo que hay en él,
al que con reverente sumisión
de rodillas rendimos oblación.
La boca colabora diligente
y cumple, creo, muy sobresaliente
cometido del coño en beneficio,
pues es la que mejor sabe el oficio
de denegar o conceder la entrada
a la zona amorosa y regalada.
También la mano, idónea y cabal,
hacia el coño se muestra muy leal,
siempre cerca y atenta a sus decretos
más necesarios cuanto más secretos.
De las tetas diré sin falsedad
que siente el corazón su afinidad
misterïosa y común ascendencia
con el coño, preciada quintaesencia.
Y añado que ese muslo tan perfecto,
liso, contorneado, firme y recto,
es bello lecho en que el coño reposa.
Coño gentil, eres tan digna cosa
que afirmo, sin acusación de vicio,
que lo debemos todo a tu servicio.
Y así del cuerpo, por no ser prolijo,
sin dudarlo un instante el coño elijo.



John Lennon, [Dibujo de Yoko Ono], Bag One (1969)

lunes, 13 de febrero de 2012

It was 50 years ago today (13.2.1962)


Brian Epstein
 
Hace hoy cincuenta años, el 13 de febrero de 1962, un joven negociante de Liverpool, de punta en blanco, toma un taxi en la puerta de un hotel de Londres para acudir a una cita cuya dimensión nadie, ni él mismo, puede calibrar. Este hombre, que se llama Brian Epstein y regenta una conocida tienda de discos, está embarcado en el empeño de conseguir un contrato discográfico para unos chavales que absorben su quehacer y su devoción desde que los vio subidos a un escueto escenario hace unos tres meses. Desde entonces, ha llamado a la puerta de numerosos productores, ha enviado grabaciones y documentos promocionales, yendo y viniendo entre Liverpool y Londres, infructuosamente. De una primera audición realizada para Decca el primer día del año ha llegado respuesta negativa hace apenas una semana. Cierto que algo ha logrado con sus afanes: mejorar la retribución de los músicos y la calidad de las salas en que ofrecen sus recitales por la región; pero el contrato discográfico se resiste.
 
George Martin
Al término de una de las últimas gestiones, hace pocos días, el director de una filial del poderoso grupo discográfico EMI ha sugerido a Epstein que se ponga en contacto con un tal George Martin, jefe de un sello secundario de la misma compañía llamado Parlophone. Este sello edita música ligera, jazz, comedia, cosas heterogéneas; y Martin necesita algún artista con tirón, diferente o novedoso, para potenciar su catálogo. Nunca se sabe, tal vez haya allí hueco para un grupo de jóvenes rockeros. Sin dudarlo, Epstein ha concertado la cita por teléfono con Judy Lockhart-Smith, que entonces es secretaria de Martin y será años después su segunda esposa. La entrevista tendrá lugar el día 13 en las oficinas londinenses de EMI, situadas en Manchester Square. De modo que la víspera, mientras los Beatles se sometían, precisamente en la ciudad de Manchester, a una audición ante la BBC con vistas a una posible difusión radiofónica, Epstein viajaba a Londres y pernoctaba en el Green Park Hotel.
 
En la fría mañana, Epstein sale del hotel. Aunque no habría tardado más de veinte minutos en recorrer la distancia a pie, pide un taxi. Sube al coche, dice la dirección al conductor, acaso repara entonces en esa coincidencia (Manchester City, Manchester Square) y quiere ver en ella un auspicio favorable. Quizás, al mismo tiempo, no puede evitar sentir que es ésta de algún modo su última oportunidad: varios sellos, entre ellos algunos del mismo grupo EMI, han manifestado su desinterés por los Beatles atendiendo al material que él les envió; Decca ya ha comunicado su rechazo, aun habiendo visto al grupo tocar en directo; los Epstein empiezan a considerar excesiva la inversión de tiempo y dinero que el dandy Brian dedica a su capricho musical con jovencitos, creen que desatiende la gestión comercial, los negocios familiares... Si del misterioso Martin no surge nada tangible, probablemente habrá que abandonar.


El nuevo edificio que ocupa actualmente el solar



La antigua sede de EMI en Manchester Square
La entrevista tiene lugar en la sede de EMI (cuya escalera había de hacerse famosa en la cubierta del primer LP de los Beatles y hoy se conserva en otro lugar tras el desmantelamiento del edificio). Es un encuentro entre dos caballeros británicos, pero de distinta índole: Epstein, apuesto, homosexual, judío, de sonrisa encantadora, vestir elegante y maneras impecables, tal vez un tanto afectadas, como corresponde a alguien educado en la escuela antigua del trato social; Martin, alto, bien parecido, distinguido y correcto, de exquisito acento inglés y seriedad aristocrática, pero también dotado de cierta desenvoltura, propia de quien se mueve en el mundo de la creación artística, y de un fino sentido del humor. Epstein procede del ámbito de los negocios, de una familia de comerciantes que ha hecho carrera en el sector de los muebles; Martin, del estudio académico de la música y de una trayectoria difícil que no ha excluido la profesión militar. Epstein necesita creer en un sueño; Martin, convertir sus aptitudes en éxitos. Charlan, cambian impresiones sobre la escena musical británica; Epstein ensalza la fama de los Beatles en la región del Merseyside, poco significativa para Martin; y escuchan las grabaciones, en las que Martin cree atisbar algo intrigante, interesante, algo sencillo y complejo a la vez: el sonido. Sin mayor concreción, quedan en verse una segunda vez y en que Martin tenga ocasión de ver al grupo tocar en directo. Eso es todo.

Tanto Epstein como Martin rememoraron sus años con los Beatles en sendas biografías

Después del encuentro entre Lennon y McCartney, acontecido el 6 de julio de 1957, es ésta la segunda conjunción más crucial de esa peculiar historia que acabaría en leyenda. Es el segundo encuentro del yin (el espacio receptor, deseante de Epstein, puro anhelo de acoger significado y acción) y el yang (la facultad modeladora, creadora de Martin, visión presta a infundir forma y finalidad). Epstein había percibido instantáneamente el atractivo y el carisma de aquellos jóvenes, y acertó a hacerlos manifiestos en una imagen capaz de ejercer universal seducción; Martin vislumbró su talento musical, y supo encauzarlo de modo que se materializara multiplicando su riqueza, calidad y excelencia. El primero fue el hombre del escenario; el segundo, el del estudio. Sin uno de ellos, y no digamos sin la confluencia de ambos, los Beatles no habrían sido lo que fueron. Pocas veces será tan propicio un martes y trece, hace hoy cincuenta años.