"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

viernes, 6 de enero de 2012

El haiku total

Allá por 1997 mis jornadas transcurrían dentro del edificio que a orillas del East River alberga la Secretaría General de las Naciones Unidas. Un día, para hacer alguna consulta, me dirigí a otro despacho situado en el mismo flanco que el mío, esto es, dando al oeste, hacia Manhattan. Allí, ante el ventanal, estaba un colega con el que había trabado ocasionales pláticas: con gesto contenido pero revelador de no sé qué íntima exaltación, contemplaba los destellos del atardecer que se reflejaban en la piel plateada del puntiagudo edificio Chrysler. Para manifestar mi presencia, dije algo así como: "¿Qué, extasiado ante la escena?" Él respondió con toda sencillez: "Sí: es una epifanía".

Con este hombre, que se llama José Antonio González, entablé una amistad, parca en signos externos pero rica en resonancia interior, que rememoré años después en un poema titulado "No querer perdurar" (Formas de mirar, págs. 53-54; En extraño lugar, págs. 311-312). El tímpano de esa resonancia fueron los caminos estéticos de Extremo Oriente (más bien Japón por su parte, China por la mía). En pocas palabras: de buen grado cambiaría yo ahora innumerables días pasados en explicaciones universitarias, en porfías de literatos, por la hora y media que tardé en recorrer con José Antonio los fondos de pintura clásica china del Metropolitan. Ya por entonces, José Antonio escribía poesía, y lo hacía como quien no quiere la cosa, con un singular desasimiento y una falta de pretensión que me interesaron. En aquel poema definí así su escritura: "versos en los que siempre cae la nieve"; entiéndase, la nieve silenciosa de una mirada y un pensamiento abiertos, adaptables, incapaces de toda estridencia.

A estas alturas nadie ignora que el haiku (junto con su pariente el tanka) es en origen una visión del mundo, y que en Occidente ha atravesado todos los avatares imaginables hasta llegar a ser moda, ejercicio, pasatiempo, terapia. Sabido es también que su concepción minimalista, dicción reticente, fogonazo mental y delicado humor han inspirado en el ámbito hispánico (desde José Juan Tablada) experimentos poéticos trenzados y entremezclados con toda clase de géneros breves, sobre todo los basados en la fuerza de la metáfora (por ejemplo, las estomagantes greguerías). Hay sobre esto una monografía de Pedro Aullón de Haro.

Pues bien: José Antonio ha publicado en las ediciones Shinden, al alimón con el fotógrafo Juan Carlos Valdovinos, con la colaboración de tres traductores e introducciones de Berta Meneses, un espléndido volumen cuyo título, Haikugrafías, enuncia sin rodeos la simbiosis que propone entre poesía y fotografía (un soporte que ya vimos en otra entrada de este cuaderno). Y me ha enviado generosamente, añadiéndole el valor de una hermosa dedicatoria, un ejemplar que he leído sin premura.


Es éste un libro primorosamente diseñado y editado, concebido de forma que genera, en cada superficie abierta de dos páginas, una imagen geminada entre fotografía y texto. Éste se presenta en cuatro lenguas: original castellano y versiones al catalán, inglés y japonés (el último en transliteración latina y en caracteres caligráficos). Contra un elegante fondo negro, resultan a un tiempo gratos e inquietantes los tipos delineados en fino amarillo, impecablemente impresos: palabras como hechas de tenue luz, cosidas con hilo dorado en la oscuridad, destinadas a permanecer en la memoria más que en el papel... Puede decirse que cada pareja de páginas es una experiencia unitaria, autosuficiente. Si la filogénesis implícita en cada escena parece comportar que las fotografías precedan a los poemas, por momentos parece lo contrario, como si el haiku hubiera surgido de una percepción propia, o común, o simultánea, como si la dimensión poética de la instantánea en su conjunto fuera preexistente a su manifestación, incluso independiente de ella.


Tras la tormenta / le ha quedado a la araña / la luz del rayo.

El poeta ha tenido muy presente la métrica tradicional del haiku, el famoso ritmo de seguidilla (5-7-5), que prepondera, pero no se ha ceñido a ese esquema ni ha buscado en él la uniformidad; del mismo modo, no rehúye la rima, pero suele obviarla. Actúa con plena libertad, tanta que nos sorprende incluso con insólitos haikus de dos versos, chocantes incluso para la vista. Una libertad paralela se da en la versión inglesa, mientras que la catalana y la japonesa asumen decididamente la regularidad métrica.

Aquí murieron / -las barcas no lo saben- / más que edificios.

Los procesos poéticos son los clásicos: captación de la transitoriedad y la fugacidad, atención a lo fenoménico, desdoblamiento y reflejo, disolución del yo, transformación metafórica, humanización de la naturaleza, sinestesia, asombro revelador de analogías, iluminación de finas aristas de la realidad, plasmación de la belleza a través de aspectos normalmente desapercibidos, preguntas que abren espacios no lógicos... Todo ello impregnado a menudo de una melancolía y una ironía benévolas en las que, creo, coinciden poeta y fotógrafo.


La vida es roja. / Ya se aleja en tus nietos, / como la lluvia.

En suma, José Antonio González y Juan Carlos Valdovinos, vertiendo ambos sobre su entorno (paisajes, personas, animales, plantas, objetos) una mirada que es toda empatía, comunión, vibración sutil, nos han dado algo así como el haiku total. Sumirse en él sin búsquedas preconcebidas es, indiscerniblemente, un acto sensorial, emocional e intelectivo: es, en sentido propio y cabal, ver.

¿Por qué la noche / se posa solamente / sobre los pinos?

2 comentarios:

  1. Roza o llega a lo exquisito. ¡Qué reseña más sentida!.
    Mavi

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  2. Un libro que merece la pena comprar.
    Su presentación impecable.
    Gracias,Don Javier. Hacía tiempo que no pasaba por aquí; me alegra ver que hay vida.

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