"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Metasonetos (1): José García Nieto y Blas de Otero

No habría aquí, ni mucho menos, lugar para definir y explicar el rango que ocupa el soneto en la poesía occidental. Es, probablemente, su hallazgo más duradero, extendido y representativo. No ha de sorprender, pues, que haya ido elaborándose y desarrollándose, en todas las culturas que lo han incorporado a su tradición, bajo formas infinitas (véase por ejemplo el cuaderno de Ignacio Vázquez).

Soneto cibernético de Cláudio Carvalho Fernandes

De esa infinitud surge el metasoneto, o sea, el soneto sobre el soneto mismo; y de la sonetitis prolongada y profunda que aquejó a nuestras literaturas en su época clásica nace ese género en tono burlón, para pintar la escritura del soneto como el ejercicio de una técnica dominada y de algún modo rutinaria. Pero el metasoneto fue conquistando nuevos terrenos y también llegó a abarcar una reflexión de mayor calado sobre lo que supone una forma poética de tal peso y envergadura en el ánimo del escritor: de este tipo son los que confronto aquí hoy, obra de poetas que conocieron bien y cultivaron mucho el soneto.

El primero es de José García Nieto (1914-2001): “El soneto”, perteneciente al libro La red (1955) y recogido en Taller de arte menor y cincuenta sonetos (1973), de donde lo obtengo. Cuadra bien con la tendencia que seguía la poesía clasicista de los 50 mientras surgían las voces que habrían de darle un vuelco definitivo: Gil de Biedma, Rodríguez, Brines… En la órbita de lo que dio en llamarse “garcilasismo” (en alusión al nombre de una revista), García Nieto declara la asunción emotiva, con tintes trascendentes, del soneto como gozosa cárcel, es decir, como una forma cerrada a la que la expresión poética puede acogerse como a seguro y prestigioso refugio. Se acepta, pues, dulcemente ese espacio como “paredes”, “clausura”, “muro”, “hierro”, “dogal”, en definitiva como construcción o maquinaria perenne, eterna, como atadura, brida o sujeción, que encauza y corrige, dentro de cuyos límites la voz trata de buscar ámbitos de expresión, amparándose en una herencia ilustre. Esto supone, entre otras cosas, la adopción de una métrica clásica y de una estructura estrófica invariable, también en la rima, representado todo ello por esa noción general de “lo que ciñe y lo que doma".



El segundo es de Blas de Otero (1916-1979): “Hagamos que el soneto se extienda”, recogido en Todos mis sonetos (1977). De la breve nota inicial del volumen cabe deducir que se trata de un texto tardío, coincidente en el tiempo con las fases finales de la escritura, en verso libre o versículo, del libro Hojas de Madrid con La Galerna (ahora publicado por Sabina de la Cruz, con prólogo de Mario Hernández). No es casual: su propuesta de apertura métrica y temática coincide con el espíritu y la técnica de ese libro que estaba en parte inédito hasta hoy; el poema ocupa, significativamente, el último lugar del volumen, y además se imprime en bastardilla, como texto de índole especial, programática, como expresión de una poética en trance de realización. Cabe presumir incluso que fue escrito, a modo de colofón o epílogo teórico, cuando el volumen ya estaba hecho. Menciona Sabina de la Cruz, en el prólogo de Todos mis sonetos, este empeño del poeta: “la libérrima voluntad de hacer del soneto no una norma de sujeción, sino un instrumento de la expresividad” (pág. xxii). Y es que la conciencia que Otero tenía del soneto como construcción poética consolidada y susceptible de renovación es muy notable, y buena muestra de ello son los diversos metasonetos que salpican el volumen. Así, en “Secuencia” se identifican métrica y vida; en “Tercer movimiento” se recrea el metasoneto clásico, en el que la definición del género concluye ante las lindes de su propia estructura; en “Su íntimo secreto” se revelan los haceres y saberes del poeta en el cultivo de esa poderosa forma… Seguro que Pablo Jauralde dice algo sobre esto en su antología de Blas de Otero recientemente publicada, que aún no he podido ver; y no cabe duda de que la permanente experimentación a que el propio Jauralde somete el soneto en su escritura poética recoge en parte el testigo del gran poeta bilbaíno.

























Entre los metasonetos de García Nieto (años 50) y de Otero (años 70) media un largo trecho, conceptual, estético, bien revelador de dos posiciones (más complementarias que antagónicas) asumidas ante la tradición clásica en la poesía de la segunda mitad del siglo XX; un trecho que constituye una evolución, una búsqueda, desde la asunción manierista de la tradición al forcejeo con ella en la elaboración de un nuevo lenguaje; un recorrido que se nos transmitió en forma de lectura maniquea entre literatura de signo esteticista y social; un espacio en el que algunos hemos nacido poéticamente y seguimos creciendo todavía.

1 comentario:

  1. Sí, Javier, la verdad es que estuve enredando con sonetos, que tanto nos interesan, en
    http://hanganadolosmalos.blogspot.com/search?q=Blas+de+Otero&updated-max=2010-06-25T12:39:00%2B02:00&max-results=20

    sobre todo para referirme a los de Roubaud y a los de Gelman.

    Al caso de Blas de Otero me refería en http://hanganadolosmalos.blogspot.com/2010/06/la-extension-del-soneto-en-blas-de.html

    Habría que hablar también del caso de Javier Yagüe....

    Seguimos...

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