"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

martes, 30 de noviembre de 2010

De abriles y negruras

Cuando llegué a Luxemburgo en marzo de 1993 para ocupar una plaza de traductor en el Parlamento Europeo, una de las mejores cosas que encontré fue la revista Abril. Tenía entonces esta publicación apenas dos años de vida y era ya, en aquel pequeño mundo, un imán que atraía a todo aquel que llevara en algún lugar del equipaje, amodorrados o despiertos, afanes literarios. Aquella revista de diseño elegante y contenido diverso era un pequeño hogar por cuyos aledaños y estancias circulaba una discreta pléyade de escritores, algunos en ciernes, otros consagrados, procedentes de numerosos países; una casita modesta y seria, multilingüe, con su pizca de atrevida, a la que todo el mundo estaba invitado. Mis mejores amigos en Luxemburgo eran de un modo u otro habitantes de ese entorno, autores o lectores, y la revista ha acogido colaboraciones mías más de una vez. Con el tiempo, y hasta hoy, la andadura de Abril se ha ido consolidando, remansando, expandiendo para hollar territorios poco explorados y abrir nuevos vislumbres en ámbitos de la cultura conocidos o ignotos: catalán, portugués, luxemburgués, literaturas de otros continentes, traducciones poéticas, microrrelato, cine… Pese a los lógicos altibajos y relevos que han traído los años, todo ello ha evolucionado y perseverado sin abdicar de esa concepción inicial. El curioso lector puede ver algo más en la crónica que hace uno de sus fundadores.
                                                                                                              
En el extremo opuesto de la frescura y simpatía que descubrí entre los creadores y seguidores de Abril, lo peor que se me cruzó en Luxemburgo fue el tipo de negro. Personaje abstracto, el tipo de negro es el compendio y epítome de todo lo que yo no quiero que sean mis hijos. Encarna la mediocridad encumbrada que abunda por los andurriales de las instituciones europeas: intelectual impostor, pura presunción y pedantería disfrazada con atavíos de erudición y excentricidad; adulador irredento, siempre deslizándose hábilmente hacia cualquier posición de preeminencia que pueda procurar la proximidad del poder; astuto arribista que, aprovechando la atención indiscriminada que en la pecera de un microcosmos expatriado y autosuficiente se dispensa a cualquiera que haga cualquier cosa, pontifica, gesticula y se prodiga sin que nadie le tape la boca ni le exija el mínimo rigor, literario o profesional, y que hace así acopio de prebendas y encargos; anarquista de pacotilla, sedicente libertario de sueldo más que rebosante, que en las vicisitudes del trabajo colectivo dice a todo que sí y se las arregla para hacer lo que le da la gana, seguro siempre de tener razón, de estar por encima; hipócrita que a la hora de la verdad, cuando la vida pública exige tomar posición y afrontar conflictos, pone cara de no darse por enterado, pero no vacila en atropellar todo principio de verdad y justicia, ni en manipular lo que haga falta, para acomodarse donde el viento sople favorablemente. Todos, sin excepción, se mofan de él o lo denuestan en privado; en público, todos, sin excepción, callan o lo alaban. Nadie sabe por qué.





Y resulta que, en un número de Abril de hace unos años, me pareció que este arquetipo humano había inspirado un soneto que  en su título declara esbozar un perfil "inacabado". De modo que, utilizando la misma forma de versificación que aparece en otras páginas próximas de ese mismo número de la revista, he querido con un estrambote dar cumplida terminación al perfil iniciado en esos catorce versos. Emilio Pascual es el autor del soneto, que me sirve de punto de partida para acabar lo que él no acabó. Considerando que, por su extensión, no sería fácil publicar este estrambote en la revista, he preferido ponerlo en mi montaña vacía.





Estrambote para acabar un perfil

Todos lo maldicen, todos lo odian, pero se precipitan a su encuentro, lo acosan, como si lo apreciasen, como si lo amasen.
               Plinio el Joven, Cartas, IV, ii, 4

—¡Pero si va desnudo! —exclamó de pronto un niño.
H.C. Andersen, “El traje nuevo del emperador”

Mas como en este oficio no se usa
dejar razón cortada e inconclusa,
quiero poner a la egregia persona
con trocaicos metales la corona.

No vio más horizonte que su ombligo,
postizo socio, maniquí de amigo.
Habitó madriguera de falsario,
encubierto en disfraz estrafalario.

Sólo a una religión tuvo querencia
cuyos dogmas resume una sentencia:
no ceder un milímetro de holgura
para atender ajena coyuntura.

No conoció la humanidad de Mencio
ni la que propia declaró Terencio.
Fue libresco Epicuro el suyo, creo:
no hubo en su vida Carta a Meneceo.

Lo de “vive escondido” fue pamplina,
pues buscó honor y aplauso sin sordina.
Donde fácil relumbre daba Europa
uno se lo encontraba hasta en la sopa.

No vi yo en su balcón hierbas ni rosas,
sino señales de otras tristes cosas:
dos palitroques áridos y acerbos,
con atuendo unánime los cuervos.

Fue por su indumentaria ponderado:
sepulcro de betún, no blanqueado.
Rimaba bien su tenebrosa facha
con azabache no, con cucaracha.

De femeninos labios sólo supo
lo que en la mano movediza cupo.
Alguna despistada cayó un día:
bien oí sus tacones cuando huía.

Acudió la insensata por caricias
y sólo frases se llevó facticias:
no en dulces artes, sino en ahuyentarla
diestra fue toda la latiniparla.

Difícil era tener descendencia
vegetando en arrobos de indolencia:
ni visionarios ni enfermos mentales
lo imaginan cambiando los pañales.

Dicen que, penitente el más perfecto,
llevaba algo metido por el recto
y sólo descubría la cabeza
para reverenciar a la realeza.

Buscó arrimo al calor del poderoso,
acomodado en avatar viscoso,
y nunca se apeó de esa blandura
salvo para coger su sinecura.

Se las dio de pacífico y neutral,
pero debisteis verlo al natural:
por conservar privilegio mezquino
no dudó en aplastar a su vecino.

Tomó partido por flagrante abuso,
felicitando al criminal incluso;
firmó escrito maligno y embustero
(con florecita y todo, cuánto esmero).

la florecita
Urdió, sí, pero en muy distinta gama
de la paleta la tupida trama:
para un negro total en la bandera,
las dos tibias quitó y la calavera.

En público mostró melifluo gesto
al prevaricador más deshonesto,
y sin dudar tendió la abierta mano
al vesánico puño del tirano.

Bachiller en traición, en trampas ducho,
trabajó poco aunque cobraba mucho.
Por el ripio llevó senda torcida,
con los dedos contando la medida.

Media estrofa en jirones de una glosa,
un latinajo suelto en casi prosa,
dos elucubraciones prologales:
obras completas y monumentales.

En lingüísticas intervino lides,
y si mi fino veredicto pides,
afirmaré que de la infame turba
es el que las gramáticas más turba.

Digestos se formaron de sus ciencias,
anales fueron sus correspondencias,
por algún arrabal bien difundidas,
por las instituciones aplaudidas.

Usurpó en la farándula intereses,
descuartizó comedias y entremeses,
más de un incauto quedó escarmentado
de las Ardenas a uno y otro lado.

Mas con todo no sé cómo lo hizo:
tan hábil fue su doctoral hechizo
que, no habiendo más nítida impostura,
hoy todavía el trampantojo dura.

Tuvo audiencia proclive al hipnotismo
y, cambiando otro texto por el mismo,
endosó por doquier con fraudulencia
el runrún de una sola conferencia.

La vacuidad hinchada de su viento
le valió prez, honor, predicamento,
las mórbidas poltronas del asueto,
subvenciones, laureles y un soneto.

De otras aberraciones nada digo,
pues, como apunta en su blog un amigo,
sólo el advenedizo halla regalos
y una vez más han ganado los malos.

Pero por fin la anímica esclerosis
o de gandulería sobredosis,
cual pérfido Morfeo a Palinuro,
sumió en oscura noche al Dioscuro.

Murió, sí, rodeado de su gente,
multitud tiesa de papel silente:
fueron en ese trance deudos fieles
los apesadumbrados anaqueles.

Nadie lloró, rezó ni llevó flores,
nadie rememoró tiempos mejores.
Se consumió aterido, absorto, enteco:
no le encontraron ni en el Hades hueco.

Envío:

Fatuo fantoche, fanfarrón farsante:
ya ves cómo domino el consonante.
Fariseo falaz falto de falo:
cae tu careta ante el rimado palo.

3 comentarios:

  1. ... let the candied tongue lick absurd pomp,
    And crook the pregnant hinges of the knee,
    Where thrift may follow fawning.

    ResponderEliminar
  2. Descripción del adulador en Hamlet, III, 2. Gracias, anónimo.

    ResponderEliminar
  3. Un retrato que coincide con matemática exactitud con el recuerdo del fugaz abrilero que fui. ¡Qué tiempos!

    Gonzalo

    ResponderEliminar