"No pinto el ser, pinto el pasar", dice Montaigne (Ensayos, III, 2), tal vez recordando a Heráclito. Todo está de paso por este lugar: lo mostrado, quien lo muestra, quien lo ve. Al fondo, la montaña Huangshan, en el corazón de China, por donde anduve deambulando hace unos años. Y conste que, si el título de este cuaderno está en francés, es solo porque en español ya estaba ocupado. En realidad, esa imagen, la montaña vacía, es un lugar común del taoísmo. ¿Y no son estos cuadernos, al fin y al cabo, un lugar común por donde todos transitamos? Lugares comunes, lugares ocupados, lugares vacíos.

martes, 28 de diciembre de 2010

Metasonetos (2): chacotas dieciochescas

Decíamos que, de tanto escribir sonetos, hasta nuestros clásicos acabaron por aburrirse y burlarse de esa composición de algún modo reiterativa y banal. En esa línea, los referentes son Diego Hurtado de Mendoza (“Pedís, Reina, un soneto y os le hago”), Baltasar del Alcázar (“Yo acuerdo revelaros un secreto”) y Lope de Vega (“Un soneto me manda hacer Violante”). Los tres textos pueden leerse, por ejemplo, en el cuaderno de Santiago Delgado.

Uno de los muchos y diversos mares que hube de navegar en su día para ensamblar el mamotreto de mi tesis doctoral fue lo que podríamos llamar la poesía o el verso de nuestro siglo XVIII; y una de sus principales recopilaciones es la clásica antología de Leopoldo Augusto de Cueto (en la BAE), bajo cuyo epígrafe de “poetas líricos” se cobijan las más diversas producciones de aquellos decenios tan poco poéticos a nuestros ojos. Pues bien, entre los claros de esa espesa floresta hallé, además de otras múltiples curiosidades y rarezas, cuatro metasonetos claramente inspirados en esa breve tradición que acabo de mencionar. Son textos poco accesibles, de modo que los transcribo aquí a modo de ilustración, frívola y jocosa, de este peculiar subgénero.

No diré más, pero algún día habrá que enunciar y demostrar que, mal que les pese a las periodizaciones de manual, nuestra poesía clásica muestra una notable continuidad en temas, tonos y procedimientos; y que sólo en obras singulares por su calidad y alcance atisbamos una visión original y una impronta significativa de eso que llamamos la época: conglomerado de ideas y creencias, de aspiraciones y ensueños, en permanente mutación.


Tomás de Iriarte, por Joaquín Inza
Tomás de Iriarte (1750-1791)

Ofréceme, tal vez, la fantasía
un concepto feliz para un soneto;
entre escribir o no, discurro inquieto;
siento en mí, ya valor, ya cobardía.

Resuélvome a empezar; mas no querría
que me engañase un ímpetu indiscreto;
y teniendo a los críticos respeto,
ya se acalora el numen, ya se enfría.

Batallo en mi interior, dudo y vacilo;
me hace cosquillas, súfrolas un rato;
escribo un poco, párome y cavilo.

¡Qué tentación! En vano la combato.
Y al fin, ¿qué haré? ­—Para quedar tranquilo,
componer el soneto es más barato.


* * *

Tomás José González de Carvajal (1753-1834)

Voy a hacer un soneto, porque ahora
de sonetos está la musa mía,
que hay quien muda dictamen cada día,
y mi musa lo muda cada hora.

No es mucho ser mudable, si es señora;
y yo, que le conozco la manía,
temo, si me descuido, que se ría
de mí, porque es un tanto burladora.

Pues que si rematando aquel cuarteto
se le antoja una décima u octava,
no hay que acordarse más de tal soneto.

Mas loado sea Dios, que ya se acaba
en añadiendo el último terceto
este verso, no más, que le faltaba.

* * *

Dionisio Solís (1774-1854)

¡En media hora un soneto! ¿A qué cristiano
a tan bárbaro afán se le condena?
¿Y es Filis quien lo quiere? ¿A qué otra pena
me sentenciara un Fálaris tirano?

¿Pues qué, no hay más? ¿O están tan a la mano
los consonantes como en esta amena
margen del Turia la menuda arena
en que tu blanco pie se imprime ufano?

No, cara Filis, mándame otra cosa,
ora de riesgo sea, ora de afrenta;
que a cuanto de mí ordenes me concedo.

¿Pero un soneto, y que por ser tú hermosa
en ello al fin mi necedad consienta?
No, Filis, no, perdóname; no puedo.

* * *

Jerónimo Pérez de la Morena 

DURA LEY DEL SONETO

Dulce calma anunciaban los colores
del iris bello al campo, que asustado
estuvo en la tormenta de un nublado,
temiendo el fin de plantas y de flores.

Alegres ya los tristes labradores,
volvían a tomar el corvo arado;
otra vez se escuchaban en el prado
los cantos de los tiernos ruiseñores.

Salpicada de perlas, parecía
que el cielo con estrellas remedaba
la húmeda hierba que la luz hería.

Todo vida y solaz y amor brindaba…
Mas ¿dónde vas, risueña fantasía?
¿No ves que es un soneto, y que se acaba?

3 comentarios:

  1. Me da qué pensar.... no puede el verso acercarse tanto a la prosa, porque a la larga paga tributo de anodina; parece que hay que mantener siempre algo de impostado, bueno quizá algo de diferente.

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  2. Y no se atreve usted, señor Yagüe, a improvisar uno?

    Divertido el de González de Carvajal.

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  3. Vuelvo por aquí después de una ausencia algo prolongada.
    Pablo: de acuerdo contigo, pero hay que añadir dos cosas: 1) que el lenguaje pedestre viene a ser el mismo que el de los modelos áureos, conversacional y de chascarrillo, lo que da que pensar; y 2) que, precisamente, este tono tiene algo de deliberadamente "antiliterario", como es obvio en el cuarto soneto de la serie, auténtica parodia del lenguaje poético clásico: "la húmeda hierba que la luz hería"...
    Chiqui: pues no, no me atrevo en estos momentos; tal vez lo haría de otra manera. Pienso en Cortázar y aquello de "Lucas: sus sonetos", que es para partirse de risa.

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